LA CAMAPAÑA DEL GARELLANO O GARIGLIANO
Cuando las noticias de las derrotas francesas llegaron a oídos del rey de Francia, Luis XII, éstas no le motivaron a firmar la paz, sino todo lo contrario. Rápidamente mandó preparar un nuevo contingente que vengara las humillaciones de la retirada de sus tropas del teatro bélico italiano. Para ello organizó dos ejércitos con los que lanzaría una doble ofensiva: por un lado contra la frontera vasco-navarra y el Rosellón, y por el otro contra las fuerzas españolas acantonadas en Nápoles. El mando de este último, con una fuerza de mas de 20.000 hombres y numerosas piezas de artillería, le fue concedido al mariscal de Tremoille.
Aún quedaban en Nápoles algunas plazas dominadas por los franceses que los capitanes de Don Gonzalo Fernández de Córdoba tuvieron que acometer y tomar. A Diego García de Paredes le fue asignada la toma de Sant Germano, trabajo que culminó con éxito manteniendo de paso el control sobre Roccasecca y Pontecorvo, lo que aseguraba el camino que las tropas españolas iban a tomar en dirección a Gaeta. En esta plaza se había hecho fuerte D'Alegre con los restos de las fuerzas que habían sobrevivido a la batalla de Ceriñola. Paredes fue también el encargado de abrir camino a través del río Garellano hacia Rocca Guillerma, lugar donde se encontraba un pasa estratégico para atacar la cabeza de puente de Gaeta. El 1 de julio, el ejército español se hallaba ante los muros de la ciudad. Cercada únicamente por tierra, comenzaron su cañoneo las piezas de artillería de ambos bandos. La toma de la plaza requería la máxima urgencia, pues ya se oían rumores del envío de refuerzos franceses al mando de Tremoille.
El 6 de agosto de 1503 fue avistada la flota francesa con refuerzos de 1.000 infantes corsos y 2.000 gascones. El Gran Capitán supo admitir su fracaso y ordenó el repliegue hacia Mola y Castellone. Las tropas galas llegaron a la frontera con el reino de Nápoles al mando del marqués de Mantua, Francisco Gonzaga, pues el mariscal de Tremoille tuvo que retornar a Francia enfermo de gravedad.
Con la llegada de los nuevos refuerzos franceses, el Gran Capitán no quiso sufrir una acción de tenaza desde Gaeta por un lado y el marqués de Mantua con sus tropas por el otro, por lo que optó por cruzar el río Garellano y fortalecerse en la otra orilla, esperando mejor momento para enfrentarse al ejército francés.
La situación de D. Gonzalo Fernández de Córdoba era de franca inferioridad en efectivos, pues según el conde de Clonard contaba con 700 hombres de armas, cerca de un millar de jinetes, 2.000 lansquenetes y 10.000 infantes con unas veinte piezas de artillería, frente a los 2.400 hombres de armas, 4.7000 caballos lijeros, 5.000 piqueros suizos, 12.000 infantes y mas de cincuenta cañones franceses que bajo el mando del marqués de Mantua avanzaban hacia el campo español. Así pues Don Gonzalo consideró imprescindible reclutar mas tropas, por lo que envió a Paredes, a Mendoza y a los Colonna a conseguir refuerzos mientras encomendaba la defensa de la torre que dominaba el paso del Garellano a Pedro de Paz con tropas de infantería y algunos jinetes, enviando a los demás capitanes a que ocupasen las posiciones que consideró estratégicas para la defensa del frente.
El 12 de octubre de 1503 llegaron las tropas del marqués de Mantua a Gaeta, desde donde comenzaron la ofensiva junto a las fuerzas del marqués de Saluzzo y D'Alegre. El conde de Clonard fija como primer objetivo de los franceses la conquista de Roccasecca, defendida por los capitanes Pizarro, Zamudio y Villalba, que habían sido elegidos por el Gran Capitán para que impidieran a toda costa la caída de la ciudad en manos francesas: "Roccasecca será vuestra gloria o vuestra sepultura", había dicho don Gonzalo.
Antes de comenzar el asedio, el ejército francés envió un trompeta a la guarnición de la plaza para intimar la rendición. El heraldo francés con malos modos e insolente lenguaje, les expresó que de no rendirse serían pasados pasados por las armas. En mala hora lo hizo, pues Pizarro y Villalba salieron de la fortaleza, cogieron al deslenguado y a la vista de las tropas francesas los colgaron de un olivo con la trompeta colgada al cuello. La respuesta francesa no se hizo esperar y los cañones comenzaron a disparar contra los muros de la plaza, consiguiendo abrir una brecha después de tres días de intenso bombardeo. Pero cuando se lanzaron al asalto fueron rechazados sufriendo importantes bajas.
La llegada de refuerzos de infantería al mando de García de Paredes y de Navarro, junto a hombres de armas bajo las órdenes de Próspero Colonna, hicieron desistir a los franceses y levantaron el cerco.
Desde octubre hasta la víspera de Navidad, ambos ejércitos permanecerán frente a frente mientras se sucedían los asaltos a pequeñas plazas por parte de unos y de otros.
Suárez Fernández narra cómo a principios de noviembre los franceses tendieron un puente de barcas para cruzar el río y entablar combate cuerpo a cuerpo. La Crónica General lo describe como "un gran ingenio de barcas encadenadas y entreveradas unas con otras y encima de ellas enclavadas unas tablas muy gruesas". Efectuada la operación de tendido con éxito, los galos se lanzaron a cruzarlo, pero Diego, que estaba de guardia con sus hombres, se enfrentó a ellos y les hizo huir. Durante los días siguientes los choques se sucedieron con nfrecuencia; tan pronto como se destruía se volvía a reparar el puente tendido, y franceses y españoles custodiaban la parte correspondiente a cada una de sus orillas.
En una ocasión, los cuatrocientos soldados italianos que guardaban la parte española fueron arrollados, haciéndose los franceses con una cabeza de puente en territorio enemigo. En ese difícil momento, Diego corrió al socorro en una carga desesperada, y aunque la artillería enemiga diezmaba las filas españolas, finalmente se consiguió que los franceses se retiraran.
Había que acabar de una vez por todas con ese inconveniente. El empeño de Gonzalo Fernández de Córdoba por mantener la posición a pesar de los problemas logísticos, el mal tiempo y su inferioridad numérica tuvo como recompensa el envío de refuerzos, sobre todo, gracias a los movimientos diplomáticos de Fernando «El Católico», que cerró un acuerdo con la poderosa familia de los Orsini para que el condotiero italiano Bartolomeo d'Alviano condujera un ejército a sumarse a los españoles. Tras simular un repliegue hacia el Volturno, el Gran Capitán hizo creer al marqués de Saluzzo, que encabezaba las huestes francesas como relevo del poco acertado marqués de Matua, que había ganado definitivamente la contienda. El francés relajó entonces la vigilancia, movió soldados hacia retaguardia e incluso autorizó una tregua navideña para los días 25 y 26 de diciembre, al término de la cual, los franceses, que ya no esperaban una ofensiva enemiga.
No obstante, las verdaderas intenciones del castellano eran salvar el río mediante un improvisado puente de pontones ensamblados entre sí, lo cuales fueron fabricados de forma secreta en el castillo de Mondragone bajo la dirección de Juan de Lezcano. El marino guipuzcoano –que la famosa obra «La Crónica del Gran Capitán» describe como «un varón de mucha virtud por la mar y aun por la tierra (...) tan bien afortunado que siempre salía en todas sus refriegas victorioso»– no falló a su fama y cumplió con diligencia el encargo del Capitán. Las piezas del puente se trasladarían en mulas hasta el lugar del cruce, donde fueran unidas apresuradamente bajo las instrucciones del ingeniero y capitán Pedro Navarro. La estructura era muy sencilla pero resistente, formada por tres tramos de pontón que estaba apoyadas sobre ruedas de carros y barcas y unidos por cadenas.
Más allá del factor sorpresa, el Gran Capitán seguía lastrado por una clara inferioridad numérica y de recursos: frente a los 25.000 hombres entre infantes y caballería y 40 cañones del marqués de Saluzzo, los españoles no reunían ni siquiera 15.000 soldados. Por ello, el ingenio iba a ser imprescindible para obtener la victoria.
El 28 de diciembre, cuando ya había expirado la tregua, el puente se encontraba listo y Gonzalo Fernández de Córdoba dividió su ejército en tres cuerpos: el grueso de la caballería al mando de d’Alviano, que debía cruzar en primer lugar; un cuerpo central con el propio Córdoba y sus principales capitanes, que atravesaría la estructura en segundo lugar; y una retaguardia capitaneada por Fernando de Andrade y Diego de Mendoza, que atravesaría el puente cuando existiera la garantía de que la contienda estaba resultando un éxito.
Al frente de unos 3.000 jinetes ligeros, d’Alviano pilló por sorpresa a las principales fortificaciones francesas y a sus guardias, algunos todavía borrachos de la noche anterior, que no pudieron hacer nada ante el avance español que los arrolló. Asegurada la cabeza del puente, los oficiales Pedro Navarro, García Paredes «El gigante extremo», Gonzalo Pizarro (padre del conquistador Francisco Pizarro), Zamudio y Villalba condujeron a 3.500 rodeleros y arcabuceros a la orilla francesa. Le siguió la caballería pesada de Próspero Colonna, con más de 200 jinetes, e incluso parte de la retaguardia dirigida por Diego de Mendoza. Por último, el Gran Capitán con su guardia y 2.000 lansquenetes alemanes. Se dice, no en vano, que tras el paso de los lansquenetes el puente cedió, dejando una sola opción a los españoles: vencer o perecer en esa orilla.
Entre las tropas españolas cundió parcialmente el miedo, sobre todo al percatarse de que Fernando de Andrade no había podido cruzar el puente. La situación de crisis se acrecentó aún más cuando el caballo de Gonzalo Fernández de Córdoba trastabilló y lanzó al general contra el barro. «¡Ea, amigos, pues si la tierra nos abraza, es que bien nos quiere!», afirmó el Gran Capitán, en una frase entre la realidad y el mito, que buscaba tranquilizar a los siempre supersticiosos soldados. A continuación, el castellano ordenó a d’Alviano que avanzara trazando un arco hasta el puente de la Mola, que abría el camino hacia Gaeta, mientras sus tropas se dirigían directamente al campamento francés. Andrade quedó consignado a la tarea de seguir a la infantería desde la otra orilla hasta encontrar un paso.
Ya casi de noche, Saluzzo recibió noticias del avance español y decidió, como había previsto el Gran Capitán, retirarse hacia Gaeta a través del puente de la Mola. El repliegue se produjo sin luz, bajo una tormenta y con los españoles pisándoles los talones. El movimiento envolvente del general castellano funcionó a la perfección. Pese a su inferioridad numérica, los españoles pusieron en fuga a prácticamente la totalidad del ejército francés, que apenas reunió valor para presentar una resistencia compacta. Una de las honrosas excepciones francesas fue Pierre Terraill, conocido como el caballero Bayardo, que consiguió presentar una defensa férrea hasta el anochecer al frente de la caballería pesada.
A pesar de contar con escasos caballeros, el caballero Bayardo acometió con tanto ímpetu a los jinetes de Colonna, que los hizo retroceder atropelladamente hasta topar con la columna de infantería dirigida por Córdoba que marchaba a continuación. Cundió el desconcierto entre las primeras filas de ésta, compuestas por lansquenetes, que quedaron inmóviles sin saber cómo reaccionar. Abriéndose paso a caballo entre ellos, el Gran Capitán consiguió organizarlos en un cuadro para hacer frente a la siguiente carga de caballería que lanzó Bayardo. En los siguientes asaltos, el francés no pudo superar a los piqueros germanos, cuyas formaciones se caracterizaban por su robustez y disciplina, y perdió a la mayoría de sus hombres en el embate.
En total, los franceses registraron 8.000 bajas entre prisioneros y muertos en esa jornada. A los pocos días, los que habían conseguido llegar finalmente a la ciudadela de Gaeta también capitularon ante el cerco, permitiéndoseles la libre salida a cambio de prisioneros españoles. El 2 de enero de 1504 el Gran Capitán entraba en Gaeta, y tras los avances sucesivos de las fuerzas españolas, Nápoles fue abandonado por los franceses. El hostigamiento de la población local y la falta de suministros hicieron que, finalmente, solo un tercio del ejército francés consiguiera regresar a casa con vida. Tras el desastre, Luis XII se vio obligado a firmar una tregua con los Reyes Católicos y, pocos meses después, el tratado de Lyon, donde ponía fin oficialmente a la Segunda Guerra de Italia, reconociendo a Fernando «El Católico» su posesión sobre el Reino de Nápoles.
Gonzalo Fernández de Córdoba recompesó a Paredes por su esfuerzo en la campaña italiana con el señorío de Coloneta.
Garellano fue la última batalla que dirigió personalmente Gonzalo Fernández de Córdoba. Con la muerte de la Reina Isabel –máxima valedora del general castellano–, Fernando «El Católico» remplazó en 1507 al Gran Capitán como virrey de Nápoles, probablemente haciendo caso de los rumores maliciosos que acusaban al cordobés de corrupto. Ambos regresaron en la misma comitiva a España, en el caso del general después de una década fuera de la península. Aquí, el cordobés buscó sin éxito ser nombrado Maestre de la Orden de Santiago y volver a ponerse al frente de los ejércitos del Rey. El aragonés creía que el Gran Capitán ya había sido convenientemente recompensado y lo puso en la nevera política. Murió años después en Loja (Granada) a causa de un brote de las fiebres que empezaron junto al Garellano.