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HERNANDO DE SOTO Y LA JORNADA DE LA FLORIDA

Las noticias y relatos recogidas en "Naufragios" por Álvar Núñez Cabeza de Vaca, hicieron volar la imaginación de muchos, entre ellos Hernando de Soto que fue el más rápido a la hora de solicitar en la Corte una capitulación que reservaba aquellos territorios para él. Ahora bien, sólo escichó lo que quiso escuchar, el viaje de Cabeza de Vaca pudo ser un periplo por lo desconocido, pero nunca ocultó el hambre y el frío que el grupo sufrió en tierras norteamericanas, así como la ausencia de metal precioso. Hernando de Soto estaba decidido a jugarse la vida y su fortuna en la exploración de unas tierras casi desconocidas en las que pese a todo, esperaba encontrar algún Dorado.

El reto que se planteaba Hernando de Soto era difícil y él en el fondo lo sabía, porque conocía los fracasos de sus antecesores, especialmente de Lucas Vázquez de Ayllón y de Pánfilo de Narváez. Sin embargo era era un baquiano, es decir, un hombre experimentado en las Indias que se había enfrentado a situaciones muy difíciles, a hambrunas, a emboscadas y a las inclemencias climáticas de los Andes.

 Ruta seguida por las huestes de SotoRuta seguida por las huestes de Soto

Conviene aclarar que cuando hablamos de la gobernación de la Florida nonos referimos a los límites del actual estado americano de este mismo nombre. En realidad abarcaba a todos los territorios situados al septentrión del río Grande del Norte entonces conocido como río de Las Palmas, frontera entre los actuales países de México y Estados Unidos, y se extendía por todo el sur y sureste de este último país. El periplo se extendió por nada menos que diez estados actuales, a saber: Florida, Georgia, las dos Carolinas, Tenessee, Alabama, Mississippi, Luisiana, Arkansas y Texas.

Expedición de Hernando de Soto. Desembarco en la bahía de Tampa el 30 de mayo de 1.539. Autor Hermann TrappmanExpedición de Hernando de Soto. Desembarco en la bahía de Tampa el 30 de mayo de 1.539. Autor Hermann Trappman

Tan sólo una semana después de zarpar, el 30 de mayo de 1539 desembarcó en las costas de la actual bahía de Tampa, en la Florida, encontrándose con la primera sorpresa. Vieron numerosas hogueras que los nativos hacían para avisarse de unos pueblos a otros, de la llegada de extranjeros. Por ello se encontraron los poblados abandonados y en algunos casos incluso quemados por los propios naturales, para evitar el abastecimiento de sus enemigos.

El gobernador ordenó establecer un campamento base en la bahía del Espíritu Santo, siguiendo la misma pauta que Hernán Cortés cuando fue a Veracruz o Francisco Pizarro cuando estableció San Miguel de Tangarara. Es decir, creó una asentamiento para que cubriese la retaguardia y de paso sirviese para acoger a los enfermos. Acto seguido tomó dos importantes decisiones: primero, enviar de vuelta a Cuba a la mayor parte de la armada para que regresasen con mas provisiones y caballos. Y segundo, mandar al alcalde mayor, Baltasar Gallegos, con un contingente de cuarenta de a caballo y ochenta de a pie para que se adentrasen en el continente, en dirección norte.

 Lo más interesante que ocurrió en esta primera incursión fue que capturaron algunos nativos que informaron de la existencia, más al norte, de un territorio llamado Calé y de otro, un poco más allá, llamado Apalache, que era muy abundante en comida y oro. De hecho, este territorio era ya casi mítico desde el viaje de Pánfilo de Narváez, pues ya el aquella jornada los indios de la costa, probablemente para quitárselos de encima, informaron que dicha región era muy abundante. Y si bien es cierto que era fértil desde un punto de vista agrario y disponía de bastante maíz, no lo es menos que no había nada de oro.

En el pueblo del cacique Mucoço, se encontraron con un español, el sevillano Juan Ortiz, que llevaba casi una década sobreviviendo entre los indios. Había participado en la expedición de Pánfilo de Narváez y junto con numerosos compañeros había sido capturado por la tribu del cacique Hirrihigua. Todos ellos fueron eliminados y Juan Ortiz  iba a ser quemado, pero la hija del cacique, la princesa Ulele, se abrazó al español y suplicó por su vida. Su padre a regañadientes, se compadeció de aquel pobre españolito y accedió a la petición de su hija. Juan Ortiz se convirtió en un esclavo de la tribu, obligado a realizar las tareas más penosas y peligrosas. Un tiempo después, la propia princesa Ulele le volvió a salvar la vida, facilitándole la huida hacia el poblado del cacique Mucoço, al enterarse de que su padre el cacique Hirrihigua, pretendía de nuevo terminar con la vida de Juan Ortiz.

El cacique Mucoço al saber de la presencia de compatriotas, autorizó a Juan Ortiz a que saliera a su encuentro. Lo cierto es que fue reconocido por sus compatriotas ( Señores, por amor de Dios y de Santa María no me matéis, que yo soy cristiano como vosotros, y soy natural de Sevilla y me llamo Juan Ortiz ), prestándoles grandes servicios como intérprete, hasta su fallecimiento en 1542 en el pueblo de Autianque. Después de su desaparición, la situación se complicó por el problema de la incomunicación.

Enfrentamiento con el cacique Vitacucho

Hernando de Soto decidió dirigirse al norte, buscando primero el pueblo de El Calé y, luego la región de Apalache. En la bahía del Espíritu Santo (Tampa), dejó al capitán Pedro Calderón, con poco más de cien hombres. Según se fueron adentrando en el interior encontraron más hostilidades por parte de los indígenas, terrenos pantanosos, bosques impenetrables y grandes ríos que hubo de atravesar. Las mayores hostilidades las encontraron en el territorio bajo dominio del cacique Vitacucho, cuyos dos hermanos, Acuera y Ochile, también caciques se habían sometido a los españoles; pero Vitacucho pese haber tratado con Soto, no se sometió e hizo frente a las huestes españolas. Vitacucho ha pasado a la historia como uno de los más valerosos caudillos indígenas de la región de la Florida. Acusaba Vitacucho a los hispanos de no parecer hombres virtuosos, sino vulgares asesinos que andaban la tierra robando, matando y tomando mujeres ajenas. Los demás caciques también lo sabían, y si se sometían era por temor o por salvar la vida. Cuando Soto llegó al poblado de Vitacucho, se lo encontró incendiado, pero Vitacucho no andaba lejos. Había urdido un plan para hacer creer a Hernando de Soto que aceptaba la paz, pidiendo a cambio el perdón por su oposición inicial, teniendo a unos diez mil de sus hombres organizados a las afueras del poblado e invitando al extremeño a pasar revista a sus tropas. En realidad pretendía hacerle una celada y apresarlos o matarlos a todos. No contaba Vitacucho que Hernando de Soto recelaba de todos los caciques y por ello consiguieron informarse con antelación de lo que tramaba. Por ello no tuvo dificultad en repeler el ataque y apresar al cacique y a muchos de sus hombres. Y aunque presos, fueron bien tratados, pero los indígenas estaban dispuestos a morir defendiendo su libertad, así que habían acordado que a una señal de Vitacucho, cada indígena se abalanzaría sobre un español previamente seleccionado. Vitacucho se abalanzó sobre Hernando de Soto que estaba comiendo tranquilamente, dándole un fuerte puñetazo en la mandíbula que lo dejó inconsciente y con varios dientes rotos; habría muerto Soto de no haber acudido en su ayuda varios compañeros. La respuesta de los hispanos fue contundente, apresaron a más de doscientos indígenas y fueron asaeteados por los indios auxiliares que servían en las huestes hispanas.

Invierno de 1539 en el poblado de Anhaica y la batalla de Mauvila