Batalla de Ceriñola
Ceriñola se halla situada sobre un monte, en cuyo declive había muchas viñas y al final de ellas, un barranco. El Gran Capitán estableció su campamento en este sitio; ordenó agrandar el barranco y levantar su borde formando una trinchera guarnecida con estacas y garfios de hierro para inutilizar la caballería enemiga.
Cuando el ejército francés llegó a las proximidades de Ceriñola, viendo el Gran Capitán la enorme ventaja que tenían las fuerzas francesas, le comentó a García de Paredes que en ese día serían vencedores o quedarían muertos en el campo como buenos soldados, "que un buen morir honra la vida", a lo que el Sansón extremeño contestó: "Ellos morirán y nosotros venceremos".
El duque de Nemours había concebido la batalla como un choque brutal de sus pesados cuadros de caballeros e infantes, seguro de que con esas fuerzas barrería literalmente las posiciones españolas. El Gran Capitán, por el contrario, había dispuesto un planteamiento táctico diferente, dando especial importancia a la utilización del terreno y al uso de los arcabuceros.
Tras las defensas de los fosos y parapetos, don Gonzalo Fernández de Córdoba situó a la infantería: 2.000 alemanes comandados por Hans Ravenstein; a su derecha, 2.000 infantes españoles al mando de Pizarro, Zamudio, Villalba, Escalada Y Cuello. A la izquierda, la posición más expuesta por ser mas suave la pendiente y tener unas defensas mas livianas, situó a 2.000 infantes a las órdenes de García de Paredes, que se encargaría de la defensa de la artillería situada detrás de ellos: dieciséis piezas confiadas a Pedro Navarro y al conde de Mochito. Situados en ambos flancos se encontrarían los hombres de armas españoles bajo el mando de Diego de Mendoza a un lado y de Próspero Colonna al otro. Finalmente, en la retaguardia, 800 jinetes bajo el mando de Pedro de Paz y Fabricio Colonna con la misión de hostigar los flancos enemigos.
Comenzó el enfrentamiento con un duelo de artillería que hizo poco daño a los contendientes, pero debido a un accidente explotaron en el campamento español dos carretas de pólvora, y con ellas se perdieron parte de las piezas de artillería. El Gran Capitán le quitó hierro al asunto exclamando en voz alta : "Ánimo, compañeros, que estas son las luminarias de la victoria". El golpe era muy duro, y Diego, situado delante de las piezas, sabía que sin cañones iba a ser más difícil repeler los ataques de los caballeros franceses.
Al anochecer la caballería pesada francesa se lanzó con todo su ímpetu contra el campo español, pero fue frenada en su avance por las defensas levantadas por el ejército español: un foso y un talud erizados de pinchos. El foso se convirtió en una carnicería para la vaballería francesa. En este choque perdió la vida el virrey de Nápoles, el duque de Nemours. El ataque de la caballería de élite francesa había fracasado.
Inmediatamente apareció la infantería suiza, que aun a costa de tener importantes bajas por el fuego de los españoles, logró atravesar el foso y poner pie en el talud. Tres veces fue rechazada la infantería suiza y otras tantas volvió a la carga.
El choque entre infanterías estaba siendo terrible y la victoria no parecía sonreír a ninguno de los contrincantes. Para inclinar la balanza, García de Paredes y sus hombres abandonaron el parapeto y se lanzaron contra los suizos. Las embestidas de unos y de otros se sucedieron sin descanso, pero los suizos aguantaron estoicamente. Los infantes suizos no cejaron en su ataque y murieron todos, sin retroceder, a manos de los tudescos y de los españoles de García de Paredes.
Los franceses ante tal infortunio y acosados por la caballería española, iniciaron la retirada en la mayor confusión. Los 400 hombres de armas de reserva mandados por el Gran Capitán completaron el triunfo. La retaguardia francesa rehusó entrar en combate, dejando caídos en el campo de batalla a más de tres mil franceses.
Consecuencias de esta batalla
En Ceriñola nació la heróica infantería española que iba a dominar los teatros bélicos europeos durante muchos años.
El mariscal Montgomery escribe: "La de Ceriñola fue una batalla de escasa significación política, y en ella se comprometieron ejércitos relativamente pequeños, pero en la historia de las guerras representó un punto crucial de la máxima importancia, Gonzalo de Córdoba había elevado al soldado de infantería armado con un arcabuz al rango de combatiente más importante en el campo de batalla, rango que había de conservar durante más de cuatrocientos años".
La noticia de la victoria española causó un cambio de alianzas en la mayoría de las ciudades napolitanas, inclinándose ahora a la merced del Gran Capitán. Los restos del disperso ejército francés se había refugiado en algunas ciudades, por lo que don Gonzalo, para culminar cuanto antes la victoria total, mandó a sus capitanes que los persiguieran y destruyeran, porque todavía podía causarles graves daños. Así le ordenó a Gracía de Paredes que se dirigiera hacia Canosa con trescientos infantes y cien jinetes.
La gente de a pie de García de Paredes cargó contra las puertas de la ciudad, y con Diego al frente destrozó la puerta principal a hachazos. Muchos españoles cayeron bajo las saetas de las ballestas francesas, pero continuaron avanzando por la ciudad hasta que los galos, viendo inútil su resistencia, se refugiaron en el castillo y le pidieron a García de Paredes parlamentar con vistas a la rendición.
Las tropas del Gran Capitán iban tomando las ciudades en poder francés y adueñándose de Nápoles, pero el 29 de abril hubo un motín de 4.000 soldados reclamando el pago de sueldos atrasados y la "paga muerta", premio por la victoria conseguida tal y como era costumbre en Italia. El Gran Capitán no tenía fuerzas para reducir a los rebeldes ni podía pagarles, pues su arcas estaban vacías, por lo que los amotinados saquearon la ciudad de Melfi en compensación.
La sublevación de parte de sus tropas no sólo afectó a los planes de don Gonzalo por no disponer de ellas, sino que también detuvo al resto, permitiendo que las tropas francesas se agruparan en torno al río Garellano, haciéndose fuertes en Gaeta..
En esos momentos tan críticos para el Gran Capitán, apareció García de Paredes, quien enterado de la situación a su regreso de Canosa, pidió permiso al Gran Capitán para intentar convencer a los amotinados. Tras dirigirse a Melfi consiguió que le permitieran el paso, siendo recibido con gran recelo, pues sabían de su gran amistad con don Gonzalo. Poco a poco fue convenciendo a los hombres de que depusieran su actitud. Les comunicó que se estaba haciendo una lista con los nombres de los amotinados que se haría pública en sus pueblos natales acusándoles de traidores a su rey ya su bandera. Eran razones de peso, los sublevados empezaron a vacilar ante la proclamación de su deshonor en su tierra natal, porque ello afectaría no sólo a su persona sino a la honra de su familia. El 5 de mayo los amotinados depusieron su actitud y regresaron bajo el mando de Paredes al campo español.
El ejército español se dirigió hacia Nápoles, entrando de forma triunfal en la ciudad el 16 de mayo de 1503.