BLAS DE LEZO
Frecuentemente se describe a Blas de Lezo com el más grande de los héroes y mejor marino del rey Felipe V, primer rey de la dinastía borbónica española. Con Blas de Lezo, teniente general de la Real Armada, la expresión :"un hombre hecho a sí mismo", adquiere toda su verdadera dimensión, verificándose además la, cruel paradoja de que cuanto más ascendía en la Armada, a nivel físico la vida no tenía otra cosa para él que crueles mutilaciones. Que fuera cojo, manco y tuerto no impidió a nuestro hombre, ser el marino insuperable que fue, genio y figura, a pesar de lo cual siempre ha habido alguien empeñado en denostarlo o minusvalorar sus actos. Recientemente, la Armada española ha trabajado para recuperar sus hazañas y su figura, para devolver a nuestra historia un héroe que surge de la niebla del olvido con todo el vigor de su autenticidad.
Blas de Lezo y Olavarrieta nació en el distrito de Pasajes de San Pedro (Guipúzcoa), por entonces aún parte de San Sebastián, el día 3 de febrero de 1689, festividad de san Blas. Hijo de Pedro de Lezo y Agustina Olavarrieta, pertenecía a una familia con ilustres marinos entre sus antepasados, en un pueblo dedicado, prácticamente en exclusiva, a la mar. Era el tercer hijo del matrimonio, que tuvo ocho, de los que no todos sobrevivieron a la infancia. Sus padres pertenecían a la pequeña nobleza local, acomodada, y Lezo contaba con algunos antepasados importantes: su tatarabuelo había sido regidor de la villa a comienzos de siglo, otro había sido obispo de Perú el siglo anterior, y su abuelo había sido capitán y dueño de un galeón. El mayorazgo le privaba prácticamente de heredar bienes, así que optó por emprender la carrera militar, como marino. No lo iba a tener fácil; en aquella época la marina española era una difícil entelequia prácticamente inexistente.
A la muerte de Felipe IV, le sucede su único hijo superviviente, Carlos II "El Hechizado", muchacho de tan pobre salud, hechuras y personalidad, que llevó a España a límites difícilmente concesibles. A título militar y, concretamente de la Armada, literalmente estrujada España entre las poderosísimas Marinas de Inglaterra y el Rey Luis XIV de Francia, los pobres y anticuados barcos españoles apenas causaban risa o pena a sus enemigos. En 1686 tras veinte años de reinado de Carlos II, España había devenido en potencia de segundo orden sistemáticamente agredida y desvalijada, en Europa, por la ambiciosa Francia, y en América por los piratas anglosajones, que desató una injustificada y cruel ofensiva contra todos los enclaves hispanos, no se salvó ni uno, muchos de los cuales fueron reducidos a cenizas, como Panamá, por el pirata y filibustero Henry Morgan en 1669.
En esta época, el auténtico matón europeo era Francia y su Rey Sol, Luis XIV, hijo de una española, Borbón por parte de padre y Austria por línea materna, con lo que se creía con derecho a heredar el trono español. Por si acaso llegado el momento las cosas no venían bien dadas, con su imponente ejército y majestuosa Armada con permiso de Inglaterra y Holanda, se iba cobrando anticipos. Así por ejemplo mandó la armada francesa frente a Cádiz con veintinueve navíos de combate para exigir quinientos mil pesos de indemnización por los supuestos daños sufridos por barcos franceses en aguas caribeñas de responsabilidad española. Estaban en Cádiz en aquella época, los treinta anticuados galeones de guerra que le quedaban a España, pero faltos de dotación, municiones, pertrechos y hasta oficialidad decente, apenas media docena habrían podido salir a combatir con cierta garantía para ser aniquilados por la superioridad enemiga.. El almirante Mateo Laya se vio obligado a quedarse en puerto, mientras las autoridades pagaban religiosamente el "impuesto absolutista". Este vergonzoso episodio se conoce como la "vejación de Cádiz".
En octubre de 1700, el agonizante Carlos II daba de algún modo su beneplácito para que le sucediera el pretendiente francés, Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, abandonando este mundo al mes siguiente.
Aparte de cuestionarse la validez de un testamento arrancado en el lecho de muerte, la designación estaba expresamente invalidada por los tratados matrimoniales concertados por Felipe IV, en los que la madre y la mujer de Luis XIV, Ana y María Teresa, respectivamente (infantas ambas españolas), renunciaban a sus derechos al trono español. Pero Luis XIV alegó que los términos de estos contratos en lo referente al pago de cantidades económicas, nunca se habían cumplido y, por lo tanto, no existían limitaciones a sus derechos hereditarios.. Como es de suponer, la casa de Austria, Holanda e Inglaterra no estuvieron de acuerdo, apostando por el archiduque Carlos, hijo de Leopoldo, como candidato al trono español. La Guerra de Sucesión estaba servida.
Anticipándose al archiduque, en 1701 un joven muchacho de dieciséis años, Felipe, llegó a Madrid, instalándose en el palacio del Buen Retiro como nuevo rey.. Esto significó que, de sufrir España el permanente acoso francés, ahora pasaba de repente a su bando, tornándose enemigas Austria, Holanda y Gran Bretaña, antes aliadas.
Los efectivos de la Marina española en esos momentos, apenas daban ya, para mantener el tránsito de las flotas de Indias. Una de las primeras disposiciones de Felipe, totalmente al dictado de su abuelo Luis XIV, fue convocar una promoción de guardamarinas españoles para servir en la Marina francesa. El joven Blas, con tan solo doce años, se incribió en ella. Era un lógico destino, pues en España, en aquel momento, no existían escuelas navales de solvencia donde un joven pudiera realizar su aprendizaje; habría que esperar a 1717 para la fundación de la Real Compañía de Guardamarinas en Cádiz, a instancias del intendente de marina José Patiño.
Encontramos de esta manera al muchacho Blas de Lezo haciendo el petate en su casa de Pasajes para ingresar en una institución extranjera de la que desconocía todo, empezando por el idioma. De esta manera se convertiría en pionero de la renovada Marina española.
Fue destinado a Tolón y como muchos guardiamarinas, recibiría un humilde alojamiento no lejos de la escuela durante al menos un año, tendría que conformarse con sus lecciones y un pupitre donde adquirir los rudimentos de la profesión. Más tarde, Blas de Lezo con tan solo quince años, sería enrolado a bordo del buque insignia de la Armada francesa del Mediterráneo, el Foudroyant.
Para recuperar Gibraltar —tomado por las fuerzas anglo-holandesas— y desbloquear el acceso al Mediterráneo, franceses y españoles aprestaron una gran armada. La escuadra francesa había salido de Tolón y en Málaga se habían unido a ella algunas galeras españolas mandadas por el conde de Fuencalada. Frente a Vélez-Málaga se produjo el 24 de agosto de 1704 la batalla naval más importante del conflicto. En dicho combate se enfrentaron 96 naves de guerra franco-españolas (51 navíos de línea, seis fragatas, ocho brulotes y doce galeras, que sumaban un total de 3577 cañones y 24 277 hombres) y la flota anglo-neerlandesa, mandada por el almirante Rooke y compuesta por 53 navíos de línea, seis fragatas, pataches y brulotes con un total de 3614 cañones y 22 543 hombres, dando como resultado al final de la contienda 1500 y 2719 bajas, respectivamente. La Armada francoespañola fue superada por la angloholandesa, permaneciendo así La Roca (Gibraltar) hasta nuetros días en poder de los británicos.
Blas de Lezo participó en aquella batalla batiéndose de manera ejemplar, hasta que, poco después de comenzar el combate, una bala de cañón le destrozó la pierna izquierda, teniéndosela que amputar, sin anestesia, por debajo de la rodilla. Aguantó la cauterización de la herida, al introducir el muñón en aceite hirviendo, con el mismo temple que había aguantado toda la operación. Debido al valor demostrado tanto en aquel trance como en el propio combate, fue ascendido en 1704 a alférez de bajel de alto bordo por Luis XIV, al que el comandante francés había notificado la bizarría de Lezo. Felipe V le otorgó también una merced de hábito, que conllevaba una serie de privilegios similares a los de la baja aristocracia.
Se le ofreció ser asistente de cámara de la Corte de Felipe V. Rechazó este cargo y, una vez recuperado de la pérdida de la pierna, siguió su servicio a bordo de diferentes buques, tomando parte en las operaciones que tuvieron lugar para socorrer las plazas de Peñíscola y Palermo; en el ataque al navío inglés Resolution de setenta cañones en la costa genovesa, que terminó con la quema de éste; así como en el apresamiento posterior de dos navíos enemigos en el Mediterráneo occidental, que fueron conducidos a Pasajes y Bayona, todo ello en 1705.
En 1706 destacó su actuación frente a las costas de Barcelona. Como los ingleses tenían cercado el puerto, inventó un ingenioso ardid : prendiendo fuego en havillas de paja húmeda, produjo una humareda tan densa que consiguió burlar el bloqueo británico sin ser visto. Por si esto fuese poco, recubrió sus balas con un material inflamable que incendió la estructura de los barcos enemigos. Ahí comenzó a hacerse famoso entre los ingleses.
En la defensa de la fortaleza de Tolón frente a las tropas del Duque de Saboya, una esquirla le dañó el ojo izquierdo. Perdió la vista de ese lado. Tan pronto como se recuperó, fue destinado a Rochefort. Allí entabló terribles combates contra los ingleses y, entre otros, apresó al célebre "Stanhope". Éste le triplicaba en fuerzas. Pero cuando los británicos vieron que don Blas de Lezo conseguía asaltarles al abordaje, les entró un gran pavor y se vieron perdidos pues los británicos siempre han temido el abordaje de los españoles.
Participa en el asedio a Barcelona al mando del Campanella (70), en el que el 11 de septiembre de 1714 se acerca con demasiado ímpetu a sus defensas y recibe un balazo de mosquete en el antebrazo derecho, quedando la extremidad sin apenas movilidad hasta el fin de sus días. De esta manera con sólo 25 años tenemos al joven Blas de Lezo tuerto, manco y cojo.
En 1715 al mando de Nuestra Señora de Begoña y al poco de ser ascendido a Capitán de Navío se dirige en una extensa flota a reconquistar Mallorca en manos de los ingleses, que se rinde sin un solo fogonazo.
Nombrado General de la Armada (nombramiento de 16 de febrero de 1723) fue enviado a los Mares del Sur, donde limpió el Pacífico de corsarios británicos y holandeses.
El día 28 de noviembre de 1731, se distinguen y reconocen los servicios del almirante al Rey, señalándose como distintivo para la nave capitana de Blas de Lezo, la Real Familia (60), el escudo de armas de Felipe V, quedando la bandera morada con el escudo de España, las ordenes del Espíritu Santo y el Toisón de Oro alrededor y cuatro anclas en sus extremos.
Antes de terminar ese año debe recuperar dos millones de pesos que el Banco San Jorge de Génova retenía a la corona española. Al mando de seis buques entra en el puerto genovés y se sitúa enfrente del palacio de los Doria portando la bandera real en señal de hostilidades. Demanda lo adeudado y da un plazo de 24 horas para su entrega amenazando cañonear la ciudad, que finalmente entrega los dos millones, pero además es obligada por Lezo a rendir honores a la bandera española antes de partir de nuevo a la península.
Más tarde se le envió a reconquistar la ciudad de Orán para España. Lo consiguió, pero el pirata Bey Hacen logró escapar y aliarse conj el Bey de Árgel. Ambos jefes berberiscos organizaron una gran flota para recuperar la ciudad. Sin embargo bastó con el regreso de Blas de Lezo al mando de siete navíos de guerra para que los musulmanes huyeran. Don Blas persiguió a la nave capitana enemiga hasta el baluarte de Mostagán, en Argelia, cuya bahía se hallaba defendida por dos fuertes y unos cuatro mil hombres. Cualquier otro hubiera desistido, pero don Blas de Lezo continuó hasta meterse de lleno en el avispero. Allí dirigió el fuego de sus barcos contra las dos fortificaciones, a las que literalmente arrasó. Con el asalto a la nave capitana, logró derrotar definitivamente a los africanos. Todavía siguió patrullando durante meses por aquellas costas, y con ello impidió que los argelinos recibieran refuerzos desde Estambul.