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ACOMPAÑANDO A FRANCISCO PIZARRO EN LA CONQUISTA DEL PERÚ

Reunión en Pultumarca. Hernando de Soto, uno de los hombres de Pizarro, asoma su caballo asustando a la guardia del emperador inca Atahualpa.
Origen: https://br.pinterest.com/Reunión en Pultumarca. Hernando de Soto, uno de los hombres de Pizarro, asoma su caballo asustando a la guardia del emperador inca Atahualpa. Origen: https://br.pinterest.com/

Hernando de Soto, pese a estar en Nicaragua, estaba informado de los deseos de Francisco Pizarro de conquistar un gran imperio en lo que entonces se llamaba la zona de levante. En torno a 1530, recién regresado al Darién el nuevo gobernador de Nueva Castilla, el barcarroteño  envió a su socio Hernán Ponce de León para que en su nombre, propusiera al trujillano su participación con dos barcos y un contingente de hombres reclutados en Nicaragua, a cambio del cargo de teniente de gobernador. Francisco Pizarro, necesitado de tropas, barcos y dinero no dudó en aceptar por lo que envió hasta la ciudad de León, en Nicaragua, a Nicolás de Rivera, para que concretase el pacto. Pizarro no puso el menor impedimento, aunque eso sí, el cargo de teniente de gobernador se lo dio finalmente a su hermano Hernando Pizarro, mientras que Hernando de Soto se tuvo que conformar con el de su segundo lugarteniente.

Desde su llegada al escenario peruano, en el invierno de 1532, estuvo presente en todos los grandes episodios de la conquista del incario y siempre en la vanguardia de la hueste. Transcurridos unos años, optó por acudir a la Península a solicitar una gobernación para él a principios de 1536.

Se ha discutido mucho sobre las causas de su retorno a la Península; para unos fue fruto del desencanto sobre la forma en que los Pizarro gobernaban el imperio Inca, mientras que para otros se debió exclusivamente a su ambición personal que no se vio colmada como segundón de los hermanos Pizarro. La verdad es que es absurdo según Don Esteban Mira Caballos, posicionarse en uno u otro lado, porque ambos argumentos no son excluyentes. Por un lado estaba desencantado del Perú, entreviendo ya un enfrentamiento armado entre almagristas y pizarristas y , por otro, ambicionaba nuevas tierras que conquistar, para así obtener títulos y honores. No se conformaba ya con ser el lugarteniente de otro conquistador sino que codiciaba territorios donde el señor fuera él, como lo había sido su futuro suegro Pedrarias Dávila, como Francisco Pizarro o como su admirado Hernán Cortés. Y no le faltaban posibilidades porque tenía, por un lado, una intachable trayectoria y, por el otro, una importante fortuna conseguida en Nueva Castilla. De hecho, según Gonzalo Fernández de Oviedo, se presentó en Sevilla con una cantidad en metálico que rondaba los 100.000 pesos de oro, que hoy equivaldrían más o menos a unos 25 ó 30 millones de euros. Pero es más, durante su estancia en Sevilla, en la segunda mitad de 1537, le llegaron mas barras de oro quilatado desde Cuzco que le enviaron sus empleados que había quedado al cuidado de sus bienes. Todo este dinero le sirvió para comprar voluntades en la Corte, conseguir la capitulación y aprestar la armada.

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