Guerra en Nápoles
En noviembre de 1500, se firmó el tratado de Granada, por el que los Reyes Católicos y el rey francés Luis XII acordaron el reparto del reino de Nápoles entre España y Francia.
En el mes de julio de 1501 comenzaron las operaciones para que cada país ocupara sus respectivas zonas. Suárez Fernández puntualiza que durante esa fase de ocupación pronto hubo desencuentros a cerca de los límites del reparto, pues había zonas como Basilicata o Capitanata cuyo dominio no se había previsto expresamente en el tratado.
Ante el posible enfrentamiento que se veía venir entre las dos potencias, el rey Fernando encargó al embajador español en Roma, Francisco de Rojas, y al cardenal de la Santa Cruz, que se dispusieran a reclutar soldados, preferiblemente entre los españoles que militaban en Italia, para enviarlos como refuerzo del ejército del Gran Capitán, maltrecho desde la conquista de Cefalonia.
La misión le fue encomendada a Diego García de Paredes, quien consiguió alistar ochocientos hombres, españoles y de otras naciones, y con ellos marchó rumbo a Calabria, donde aguardaba el Gran Capitán.
Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, fue ocupando poco a poco la parte correspondiente a España en la que solo había dos ciudades en condiciones de oponerse a dicha ocupación: Cosenza y Tarento. Diego García estuvo con las tropas que rindieron Cosenza y después se incorporó con el Gran Capitán a las fuerzas que debían rendir Tarento; dicha ciudad se rindió el 1 de marzo de 1502. Sin embargo los problemas continuaban por ejemplo en la ocupación de Manfredonia, para lo cual el Gran Capitán había enviado a mil hombres al mando de Pedro de Paz, pero la ciudad se resistía a su ocupación gracias a la ayuda que recibía desde el exterior por fuerzas apoyadas por Francia. El Gran Capitán envió refuerzos entre los que se contaban los infantes bajo el mando de Diego García entre otras fierzas. Con estos refuerzos las tropas españolas consiguieron rendir la ciudad.
Según fue pasando el tiempo, las disputas entre Francia y España sobre las interpretaciones del Tratado de Granada y los límites de los territorios fueron a mayores. Ante la superioridad militar francesa, Don Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, eludió en un principio el choque, para ello se retiró a Barletta, ciudad costera del sur de Italia, pues le proporcionaba una retirada por mar en caso de necesidad o el recibir refuerzos desde España. Por ello situó tropas españolas en ciudades próximas a Barletta, así situó a Pedro Navarro con quinientos hombres en Canosa di Puglia, a Diego de Arellano en Andría con mil quinientos infantes, en Ceriñola fijó a Diego García de Paredes y a Pedro de Acuña con una guarnición muy escasa y con la misión de ser los primeros en entrar en contacto con el enemigo y entorpecer sus movimientos. En Ceriñola los españoles tras encarnizada lucha consiguieron vencer a los franceses, sin embargo Pedro Navarro tras un largo asedio tuvo que rendir la ciudad de Canosa di Puglia. Los franceses no se atrevieron a sitiar la ciudad de Andría, conocedores de que disponía de una mayor guarnición. Perdida Canosa y otras ciudades, las tropas españolas derrotadas se replegaron hacia Barletta, en espera de la llegada de refuerzos . Los franceses pusieron cerco a la ciudad de Barletta. El asedio a esa plaza adquiriría las características de una confrontación caballeresca, incorporándose una nueva modalidad de enfrentamiento: los desafíos entre caballeros de ambas naciones. En algunas de ellas participó nuestro protagonista Diego García.
Los comandantes de los dos ejércitos decidieron que vendría bien concertar una pequeña tregua a finales de septiembre de 1502 y que, de paso, los soldados dirimieran por las armas las cuestiones de la honra. Entre las disputas abiertas, mantenían los galos que si bien la infantería de las tropas españolas se desenvolvía bien sobre el terreno, su caballería no tenía parangón con la francesa. Razón suficiente para que empezara la habitual escalada de insultos. Se dice que fue un heraldo francés quien lanzó, en nombre de once caballeros de esta nación, el desafío oficialmente. El Gran Capitán autorizó el encuentro frente a las murallas de Trani, un terreno neutral a medio camino entre el campamento español de Barletta y el francés de Bisceglie.
El duelo debía celebrarse el 20 de septiembre de 1502 a la una de la tarde en Trani, haciendo las veces de árbitros las autoridades venecianas que controlaban este territorio. Los once mejores caballeros franceses contra los once mejores españoles, todos ellos montados en caballo y empleando armas blancas. En el caso español, fue el propio Gonzalo Fernández de Córdoba quien seleccionó a los once entre algunos de sus mejores hombres. Si bien entre los franceses destacaba Bayardo, en el bando español lo hacía Diego García de Paredes
« El Sansón extremeño» era, de hecho, un consumado especialista en este tipo de lances, en los que se le achacaba más de trescientos duelos sin ser derrotado. «En desafíos particulares, con los más valientes de todas las naciones extrañas, mató solo por su persona, en diversas veces más de trescientos hombres, sin jamás ser vencido, antes dio honra a toda la nación española», anota el médico del siglo XVI Juan Sorapán de Rieros en una de sus crónicas.
Según el relato que trazan las crónicas, la lucha empezó sobre la una y se alargó hasta el anochecer. Uno de los franceses quedó muerto, otro más se rindió forzado por Diego García de Paredes, y casi todos los demás fueron heridos o desmontados. Las bajas españolas fueron mínimas. Gonzalo de Aller se rindió y varios más resultaron heridos o descabalgados. Lo que no pudieron prever los hispanos es que la resistencia francesa fuera a ir tan lejos. Así, los franceses supervivientes se atrincheraron entre los caballos muertos y formaron una especie de castillo que, tal vez por el olor a muerte, resultaba inaccesible para los caballos españoles. Desde esta peculiar fortaleza los franceses se defendieron de los sucesivos ataques de los confundidos españoles.
Tras cinco horas de lucha, los franceses solicitaron detener la disputa, dando a los españoles por «buenos caballeros». A los españoles les pareció conforme, sobre todo porque la noche estaba cayendo, pero no a Diego García de Paredes, quien solo concebía la victoria absoluta. Sentenció así que « de aquel lugar los había de sacar la muerte de los unos o de los otros». En una de sus demostraciones de fuerza hercúlea, ya sin su espada, arrancó las enormes piedras con las que los venecianos habían delimitado el campo y empezó a arrojarlas brutalmente contra los caballeros franceses, ante el asombro de la multitud y de los propios jueces.
Como es natural frente a tal cabritada, los franceses «salieron del campo y los españoles se quedaron en él con la mayor parte de la victoria». Los jueces del tribunal, no en vano, dictaminaron tablas, sentenciando que la victoria era incierta, de tal manera que a los españoles «les fue dado el nombre de valerosos y esforzados, y a los franceses por hombres de gran constancia»
Esta conclusión no convenció a casi nadie. Al finalizar la contienda un mensajero fue a informar al Gran Capitán del empate: «Señor, los nuestros vinieron a nosotros por buenos», es decir, tanto como los franceses. El general castellano replicó: «Por mejores los había yo enviado».
Mientras tanto en España se preparaban los refuerzos para Italia. En septiembre de 1502, el Rey Católico envió un despacho a Don Gonzalo de Córdoba, El Gran Capitán, anunciándole la salida de una flota al mando de Manuel de Benavides y otra que saldría posteriormente al mando de Fernando de Andrade. Con tales fuerzas también se enviarían 168.000 ducados para hacer frente a los gastos de la guerra.
A principios de 1.503 el ejército español se encontraba en situación de pasar a la ofensiva.
El 22 de febrero de 1503 Don Gonzalo salió de Barletta con cuatrocientos hombres de armas, tres mil infantes, seiscientos caballos ligeros, cuatro cañones y siete falconetes (antiguas piezas de artillería de gran longitud y cuyo calibre oscilaba entre 5 y 7 centímetros. Se creó en el siglo XIV y formaba parte de la llamada artillería menuda) con el ánimo de tomar la ciudad de Ruvo di Puglia, a cuyo cargo estaba el virrey francés Jacques de la Palisse. Paredes formaba parte de la expedición.
Cuatro horas estuvo batiendo los muros la artillería española hasta lograr varias brechas. El asalto fue espantoso según cuentan los cronistas franceses. La Palisse fue herido y capturado con vida. La ciudad cayó pero hubo que tomarla casa por casa.
García de Paredes también se distinguió en este asalto. Así quedó reflejado por el propio rey Fernando "El Católico": "en el asalto de Ruvo fue uno de los primeros que subieron al muro e valerosamente entro en la ciudad".
Los propios franceses, según crónica manuscrita, afirmaban que los españoles que asaltaron la población de Ruvo no eran hombres, eran diablos.
En la mañana del 28 de abril de 1503, las tropas del Gran Capitán se pusieron el marcha con dirección a Ceriñola, lugar que había elegido para dar batalla a los franceses. En vanguardia marchaba la infantería española bajo el mando de Diego García de Paredes, Diego de Mendoza y Pedro Navarro. Las tropas españolas llegaron a Ceriñola antes que las francesas, lo que les permitió elegir posiciones para afrontar la batalla.
El Gran Capitán concibió la batalla de Ceriñola de una forma distinta a la de los franceses, dando prioridad a la utilización del terreno y al uso de los arcabuceros. Tras las defensas constituidas por los fosos y los parapetos, don Gonzalo Fernández de Córdobs situó a la infantería: 2.000 alemanes comandados por Hans Von Ravenstein; a su derecha 2.000 infantes españoles al mando de Pizarro, y la izquierda otros 2.000 a las órdenes de García de Paredes.