ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA
"Y en este tiempo yo pasé muy mala vida, así por la mucha hambre como por el mal tratamiento que de los indios recibía, que fue tal, que yo me hube de huir tres veces de los amos que tenía, y todos me anduvieron a buscar y poniendo diligencia para matarme, y Dios nuestro Señor por su misericordia me quiso guardar y amparar de ellos" .
A modo de introducción
Todo lo que se relata a continuación de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, ha sido extraído del libro "La odisea de Cabeza de Vaca. Tras los pasos de Álvar Núñez por tierras americanas" de Rubén Caba y Eloísa Gómez-Lucena. Es el mejor libro sobre Cabeza de Vaca que ha caído en mis manos. Felicito a sus autores y espero ser fiel a su relato.
Álvar Núñez, ese es su nombre completo, escribió dos libros: Naufragios y Comentarios.
"Naufragios" lo escribió de su puño y letra. "Comentarios" lo dictó a su amigo el escribano Pedro Hernández.
"Naufragios" es la odisea de los diez años de combates, esclavitud y hambrunas por la América del Norte y su regreso tempestuoso a la península Ibérica por el puerto de Lisboa. En él cuenta los desastres que se abatieron sobre la armada de Narváez y que según cuenta Cabeza de Vaca, fueron vaticinados por una mora del pueblo pacense de Hornachos.
En el libro “Comentarios” nos narra su calamitosa experiencia como Adelantado y Gobernador del Río de la Plata.
Álvar Núñez Cabeza de Vaca nació hacia 1490 en Jerez de la Frontera y allí murió cercano a la edad de setenta años. En su adolescencia quedó huérfano de padre y madre, siendo acogido en la casa del Duque de Medina Sidonia. Siendo muy joven participó en las campañas españolas en Italia, combatió con las tropas del joven rey Carlos I contra los Comuneros, y participó en la batalla de Puente la Reina (Navarra) contra el ejército francés que intentaba apoderarse de las regiones pirenaicas.
En 1526 solicitó un puesto oficial en la expedición a la Florida, organizada por Pánfilo de Narváez, que partiría de Sanlúcar de Barrameda en junio de 1527. Firmó como tesorero y alguacil mayor. Para afrontar la garantía que le exigía la Casa de Contratación de Sevilla, Cabeza de Vaca vendió propiedades y pidió préstamos que pagaría con los supuestos beneficios que obtendría en las Indias. Diez años después, en agosto de 1537 volvería a la Península con la triste fama de ser uno de los cuatro supervivientes del fracaso de la Florida. En Sevilla empezaría a escribir todas sus peripecias durante estos diez años, dando lugar al libro de “Naufragios”.
Para intentar saldar las deudas contraídas por su participación en la expedición a la Florida, se apresuró a solicitar el cargo de adelantado del Río de la Plata. Para abastecer esta expedición acumuló nuevas deudas además de invertir en ella la hacienda de su mujer. En noviembre de 1540 partió de Sevilla hacia el Nuevo Mundo, pero su gobierno en Asunción también acabó en tragedia. Sus capitanes no aguantaron su austeridad y disciplina, apresándolo y devolviéndolo a España encadenado en la bodega de un bergantín a los cinco años de su partida. Ya en España tuvo que pleitear hasta ver restablecido su honor. Nunca le devolvieron la gobernación del Río de la Plata ni lo indemnizaron para poder saldar las deudas de su expedición.
Durante casi siete años, los náufragos Cabeza de Vaca, Alonso del Castillo, Andrés Dorantes y Estebanico, el criado negro de Dorantes, vivieron en la isla de Malhado (Galveston) y comarcas próximas, esclavizados por los carancaguas, tribus de la costa texana. En el verano de 1535 los cuatro compañeros huyeron de los indios y después de cruzar el río Grande o Bravo, subieron por los actuales estados mexicanos de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila y Chihuahua.
Los cuatro supervivientes fueron muy bien tratados en la ciudad de México por el virrey de Nueva España Antonio de Mendoza.
El relato de Cabeza de Vaca en “Naufragios” se asemeja al de un antropólogo más que al de un conquistador o al de un historiador, no sólo por el análisis que hace de las tribus con las que convivió, de la flora y de la fauna, sino también por la singularidad de llamar “personas” a los indígenas amigos.
El relato de Cabeza de Vaca, conmovedor, lleno de humanidad y coraje, nada tiene de ficción literaria, como algunos han afirmado. Por su particular modo de entender a los indígenas, sujetos con derechos y libertades, la obra merecería ser reconocida como precursora de la antropología moderna. Con la publicación de “Naufragios”, Cabeza de Vaca aspiraba a obtener el favor real de un cargo de relevancia en las Indias.
Algunas controversias sobre su persona
Algunos libros de consulta mantuvieron durante muchos años que Extremadura había sido la cuna de Cabeza de Vaca. La Gran Enciclopedia Espasa en la edición de 1988, aún tenía entrada por el segundo nombre tomándolo por apellido: “Núñez Cabeza de Vaca”. Hoy no hay discusión sobre su nombre completo, Álvar Núñez, siendo su apellido Cabeza de Vaca.
Si ya pocos dudan que Jerez de la Frontera sea la patria chica de Álvar Núñez, en cambio el año de su nacimiento todavía es cuestión disputada. Pero conviene tener presente que la importancia de la fecha de nacimiento se originó a raíz de la obligación de llevar registros parroquiales, establecida en 1564 por Pío IV con la publicación de los decretos del Concilio de Trento. Entonces era frecuente que la gente olvidara el año exacto de su nacimiento. En los pleitos de la época los testigos declaran ser de tal edad “poco más o menos”.
El nombre de Álvar Núñez se lo pusieron en recuerdo de un tatarabuelo materno, también jerezano. La madre de Álvar Núñez, Teresa Cabeza de Vaca y Zurita, nació en Sevilla, procedía de familia ilustre y con representación en la vida pública.
El origen legendario del apellido Cabeza de Vaca se remonta a la leyenda del pastor Martín Alhaja; este pastor o vaquero propició el 16 de julio de 1212 en las Navas de Tolosa, la victoria sobre los almohades del rey de Castilla Alfonso VIII y sus aliados los reyes de Aragón y Navarra. Cuando las huestes cristianas subían por el puerto de Muradal (Jaén), cerca del desfiladero de Despeñaperros, se encontraron con el ejército almohade fuertemente atrincherado en el collado. Al rey Alfonso VIII no le pareció honroso retroceder, tampoco podía acampar a la vista del enemigo, y atacar desde posición tan desfavorecida era un suicidio. En estas horas de perplejidad, se presentó ante el rey castellano un pastor o vaquero según otros, de nombre Martín Alhaja, el cual dijo al rey castellano que conocía un paso accesible para las tropas cristinas desde el que podían sorprender a las tropas almohades.
Receloso, el rey ordenó al conde López Díaz de Haro y a don García Romeu que siguieran al pastor. Martín Alhaja explicó a sus dos acompañantes cómo debían seguir el sendero hasta llegar a la cumbre del monte. Allí encontrarían una cabeza de vaca devorada por los lobos; en ese mismo lugar había una angostura desde la que verían ya el camino por donde atacar a los enemigos. Los dos caballeros llegaron hasta la calavera de la vaca y comprobaron que podían tomar posiciones sin ser descubiertos por el ejército almohade.
El rey Alfonso VIII honró a Martín Alhaja, por el servicio prestado a los cristianos, con la concesión de un escudo jaquelado de oro y gules con seis cabezas de vaca. Desde entoces fue conocido como Martín “El de la Cabeza de Vaca”. Tan sólo veintitrés años después, Fernán Ruíz Cabeza de Vaca, caballero de Fernando III El Santo, lo usó por primera vez como apellido en los documentos oficiales.
Que Álvar Núñez no llevara el apellido paterno, a pesar de la admiración que siempre sintió por las hazañas de su abuelo Pedro de Vera, se explica por la costumbre de la época. Excepto el primogénito, cualquier otro miembro de la familia tenía libertad para elegir entre los apellidos de los progenitores el que más le agradase o le significara alguna ventaja social o económica. Y aunque la varonía de Álvar Núñez era Vera, la jefatura de su linaje no le correspondía a él, sino a uno de sus primos de la extensa familia de los Vera.
Los biógrafos recientes de Cabeza de Vaca suelen coincidir en situra su muerte en Jerez de la Frontera hacia 1560, cuando tenía unos setenta años. Recibió sepultura en la capilla familiar del Real Convento de Santo Domingo en Jerez.
En busca de la gloria
Cuando Pánfilo de Narváez se puso a organizar la expedición a la Florida en diciembre de 1526, Álvar Núñez solicitó al rey Carlos I un puesto oficial en esa armada. Algunos historiadores han señalado a un pariente de Cabeza de Vaca en el Consejo de la Casa de Contratación como la persona que influyó en la concesión del puesto de tesorero y alguacil mayor de la armada de Narváez. En todo caso, sus propios méritos le bastaban para el cargo. Familiarizado con la contabilidad, su honradez venía avalada por la Casa de Medina Sidonia, donde era el responsable de las compras importantes del Duque.
El 15 de febrero de 1527, firmó en Valladolid el contrato como tesorero real de la expedición a la Florida, con un salario anual de 130.000 maravedíes, unos 347 ducados.
En su condición de tesorero real, Cabeza de Vaca debía informar con regularidad a la Casa de Contratación del oro descubierto y enviarle el quinto que le correspondía. La Corona Española no corría riesgos. Los salarios estaban condicionados al descubrimiento de riquezas y, además, exigía a los oficiales que iban al Nuevo Mundo un depósito en metálico como garantía de que no se quedarían con la totalidad de los tesoros descubiertos. Cabeza de Vaca tuvo que depositar en el Tesoro Real de Sevilla 2.000 ducados, equivalente a cinco años y medio de su salario.
Nada más llegar a España como superviviente de la expedición a la Florida, solicitó a la Corte el privilegio de adelantado de la Florida, alegando que la relación enviada a la Real Audiencia de Santo Domingo sobre los territorios y tribus al Norte de Nueva España había favorecido nuevos descubrimientos de gentes y riquezas. Su deseo se frustró porque la Corona había otorgado ese cargo de adelantado a Hernando de Soto, quien ofreció un puesto subalterno a Cabeza de Vaca, pero éste lo rechazó porque le ofendía ir de segundón en la conquista de un territorio al que creía tener derecho por haberlo descubierto.
Con el propósito de afrontar las deudas contraídas antes de embarcarse en la armada de Narváez, pagaderas con la quimera de la Florida. Cabeza de Vaca solicitó el nombramiento de adelantado del Río de la Plata, puesto vacante desde la muerte de Pedro de Mendoza. Durante los tres años que estuvo a la espera de la concesión real, esbozó su manuscrito de “Naufragios”.
El 18 de marzo de 1540, Cabeza de Vaca firmó con la Corona el contrato de adelantado y gobernador del Río de la Plata, por el que se obligaba a descubrirlo, conquistarlo y poblarlo.